Cuando Mercedes Vecino murió en 2004 la mayoría de necrológicas hicieron hincapié en cómo el cine perdía así a la actriz que dio el primer beso en pantalla en una cinta española. Se trataba de la película El escándalo (1943) de José Luis Sainz de Heredia, si bien lo realmente curioso del gesto era que este deseo erótico surgía del adulterio. No es la única de sus películas rompedoras: Mercedes Vecino fue la vampiresa oficial del cine español, una que desencadenaba la fatalidad desde la feminidad de un cuerpo ibérico alejado del exotismo de las femmes fatales internacionales. La actriz representa una desviación surgida en el mismo centro del cine del fascismo y funciona como encrucijada de una serie de motivos argumentales, morales y visuales considerados tabú durante la censura franquista, especialmente en lo que respecta a la experiencia de la pasión por parte de un personaje femenino. La conversión posterior de ese mismo arquetipo hacia la comedia haría que, de algún modo, la Vecino vampiresa desapareciera en el disfraz y, con esa mutación, se desvaneciera también en gran parte de todo aquel cine español pero, aún hoy, su figura todavía puede ser percibida desde un cierto atisbo de modernidad iconoclasta.